Yacía el año 2016 y yo estaba, como se dice ahora, “en una”. Estaba en un momento de mi vida donde no sabía qué hacer con ella, tenía un trabajo de diseño y no podía “quejarme” porque era lo que había estudiado y lo que había querido siempre, pero la verdad es que no cumplía con mis expectativas, sentía que necesitaba algo más, estaba para mucho más. La idea de trabajar para alguien y cumplir “sus horarios” que nunca eran los que prometía (ya que nos íbamos todos los días una hora más de lo acordado), no me hacían feliz.
Hablando con una amiga en el gimnasio, donde me contaba de sus viajes a Estados Unidos y sus trabajos al rededor del mundo, hicieron que mi chispita viajera que estaba un poco dormida 💤 se escendiera de inmediato.
Siempre había tenido la idea de viajar y trabajar en el exterior (más precisamente en Inglaterra) y creía que ese era el momento justo. No estaba pasándola muy bien en mi trabajo, tampoco estaba bien en lo personal y necesitaba irme. Irme lejos.
Me puse manos a la obra, y en unos cuantos meses había conseguido un trabajo y había logrado conseguir turno para renovar el pasaporte de la Unión Europea. Inglaterra 2017 me esperaba ansiosa.
Luego de algunas entrevistas, había logrado obtener un puesto en un hotel en Inglaterra, lo “bueno” era que me pagaban en libras, pero lo “no tan bueno” era que estaba en un pueblo alejado en los Cotswolds y que el trabajo no era nada relacionado al diseño.
Tenía otra posibilidad de trabajar en Londres en un estudio de diseño, pero era una pasantía la cual no me aseguraban que fuese paga, y yo en ese momento no contaba con el dinero suficiente para mantenerme 6/7 meses en Londres sin un ingreso fijo. Así que muy a mi pesar, esa segunda opción la descarté.
Llegó el día, bolsito en mano, mis sueños y yo, nos fuimos al viejo continente.
No voy a ahondar mucho en toda mi experiencia porque creo que no viene al grano, pero lo que sí quiero rescatar son dos cosas:
1. Por más que te vayas muy muy lejos, si estás mal, los “problemas” y tus tristezas se irán contigo.
2. Aprendí a valorar(me).
Viajar y vivir en otro país tan distinto a nuestra cultura hace que indefectiblemente aprendamos de nosotras mismas y nos hace crecer.
Aprender a entenderte y a encontrar tu valor, reconocer qué te gusta hacer y por qué, es fundamental. Y siendo sincera, no hay que viajar 10.000km para saber esto. Hay veces que chocarnos con la pared hace que lo veamos más claro, pero la verdad, no hace falta irse al medio de la nada sola para entender y valorar tu trabajo (bueno, o tal vez sí en mi caso fue necesario).
Yo vivo con la premisa de no arrepentirme de nada, todos mis actos y mis decisiones fueron tomadas, porque en ese momento así lo creí y así lo sentí. No podría arrepentirme de algo que en su momento así lo desee. Pero sí, puedo pensar, analizar y decir qué cosas NO volvería a hacer, claramente.
Luego de casi un año de vivir afuera, volví y lo primero que hice fue emprender. Tomar coraje y arrancar con mi negocio digital (en su momento) de diseño gráfico. Todavía recuerdo las charlas que teníamos con Flor (yo, en el medio del estacionamiento de Morrison un domingo a las 20hs) sobre “emprender algo juntas”, siempre nos acordamos, y hoy lo estamos viviendo. Esto fue en el 2017 y hoy podemos decir que lo estamos cumpliendo, a veces hay que tener un poco más de paciencia, pero si trabajamos duro, se logra.
Me gustaría saber ¿qué cosas sobre tu trabajo HOY harías diferente? ¿Qué decisiones hoy NO tomarías? (Pero hicieron que estés hoy acá).
Nos encantaría leerlas ❤
Con amor y determinación,
Flor y Orne.